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Dos fieras encontradas.

Me miras, te observo. Te sonrojas, me ruborizo. Me acaricias, me estremezco. Me besas, yo me dejo llevar. Te acercas a mí, me pego aún más a tu cuerpo. Me bebes, te saboreo. Entramos en una pelea, en la que dos amantes quieren dominarse. Esto no se trata de ganar. No es un pulso para demostrar quién quiere más.

Terminamos descubriendo que el secreto estaba en querernos bien. En darnos placer mutuo. Era dejar el orgullo fuera de casa. Sacudir los malos pensamientos en el felpudo que había en el portal. Entrar a casa con ganas de reír. Dejar atrás ese tira y afloja. Que el pasado, pasado está. Tenemos que aprender a que todo en la vida no irá siempre bien. Que no siempre tendremos lo que queremos. Pero sólo tú eres quien puede cambiar tu destino.

Aunque muchos lo nieguen y no se den cuenta, disfruto. Disfruto cuando salgo a la calle con él. Me gusta provocarle. Me mira como un león enjaulado, queriendo arrancar los vaqueros que llevo puestos y que marcan mis caderas.

No somos de los que firman un papel para demostrar cuánto nos queremos. Nos gusta hacer el amor, con calma, acariando cada rincón de nuestros cuerpos, besarnos con suavidad; pero también hacerlo como dos fieras ansiosas de comida, arrancándonos la ropa, rompiendo los botones de tu camisa, empujándome contra la pared para después comerme. Le vuelvo loco y yo estoy sedienta. ¡Qué aburrido sería estar cuerdo! Nos gusta planear viajes cuando nieva, hacer el amor en la playa el día que más viento hay. Y, es que, él es impresionante.

Me di cuenta de ello, el día que lo vi por primera vez en aquel bar. Y desde entonces, no quiero separarme de esos labios que recorren todo mi cuerpo.

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