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Dos fieras encontradas.

Me miras, te observo. Te sonrojas, me ruborizo. Me acaricias, me estremezco. Me besas, yo me dejo llevar. Te acercas a mí, me pego aún más a tu cuerpo. Me bebes, te saboreo. Entramos en una pelea, en la que dos amantes quieren dominarse. Esto no se trata de ganar. No es un pulso para demostrar quién quiere más. Terminamos descubriendo que el secreto estaba en querernos bien. En darnos placer mutuo. Era dejar el orgullo fuera de casa. Sacudir los malos pensamientos en el felpudo que había en el portal. Entrar a casa con ganas de reír. Dejar atrás ese tira y afloja. Que el pasado, pasado está. Tenemos que aprender a que todo en la vida no irá siempre bien. Que no siempre tendremos lo que queremos. Pero sólo tú eres quien puede cambiar tu destino. Aunque muchos lo nieguen y no se den cuenta, disfruto. Disfruto cuando salgo a la calle con él. Me gusta provocarle. Me mira como un león enjaulado, queriendo arrancar los vaqueros que llevo puestos y que marcan mis caderas. No so...
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Bajo el cielo de París.

El sol ha desaparecido, está anocheciendo, empiezan a caer gotas de agua. A orillas del Sena se nota aún más el frío que hace ya en esta época del año. Sentada en uno de los bancos de piedra situados en el Sena, observo cómo las gaviotas sobrevuelan el río, cada poco tiempo pasa un barco. Algunos repletos de turistas, otros son barcos de carga. Otros están parados en la orilla, y se puede ver alguna cena romántica. Disfrutan, a gran distancia, de las vistas que tienen de la Torre Eiffel. La lluvia ya empieza a calarme. Noto cómo el agua corre por mi cara, llevándose consigo el rímel de mis pestañas. Me pongo el gorro, me abrocho los botones del abrigo y camino hacia ninguna parte, sin olvidar mi cita. Perderse en París es necesario para poder conocerlo. Para exprimirlo. Descubrir pequeños rincones con gran encanto. Allí está él. Puedo ver su abrigo y su bufanda color verde botella. Nunca se retrasa. Yo siempre llego tarde. Ya me conoce. Estar en París y no maravillarme con las vista...